Fátima Masoud Salazar Artista y activista en salud mental
Investiga, escribe, pinta y sigue sobreviviendo al sistema psiquiátrico
@fatimamasoud_
Este texto fue presentado en un conversatorio dentro de la actividad "Saberes de experiencia/saberes encarnados" del programa "Curar la institución. La clínica se mueve", enmarcada dentro de la exposición "Francesc Tosquelles. Como una máquina de coser en un campo de trigo" en el Museo Nacional Contemporáneo Reina Sofía, el 8 de febrero del 2023.
Es valioso y es importante que personas que hemos experimentado la violencia psiquiátrica y que nos consideramos supervivientes de la psiquiatría podamos participar en un conversatorio, cuando lo habitual es que nuestras voces sean usurpadas por los psiquiatras, los psicólogos, los familiares y demás.
He elegido para comenzar una cita de Lewis Carroll en Alicia a través del espejo:
“Cuando yo uso una palabra - insistió Humpty Dumpty, con un tono de voz más bien desdeñoso - quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
La cuestión - insistió Alicia - es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
La cuestión - zanjó Humpty Dumpty - es saber quién es el que manda… eso es todo.”
El lenguaje pertenece al que tiene poder y la psiquiatría lo tiene.
Los psiquiatras tienen más de 500 nombres con los que ejercen su poder diagnosticando nuestros supuestos trastornos en el DSM 5, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Distinguiré dos ejemplos:
El trastorno negativista desafiante (según el DSM 5) se suele aplicar a menores migrantes, a chavales en centros de menores, para una niña que se ha quedado huérfana y vive en un piso tutelado o para cualquier joven o adolescente. Este trastorno se da si se cumplen, entre otros, estos cuatro criterios:
-A menudo desafía activamente o rechaza satisfacer la petición por parte de figuras de autoridad o normas.
- A menudo está susceptible o se molesta con facilidad.
- Vengativo. Ha sido rencoroso o vengativo por lo menos dos veces en los últimos seis meses.
- Discute a menudo con la autoridad o con los adultos, en el caso de los niños y los adolescentes.
Cualquiera puede cumplirlos si se dan las situaciones que los propicien. Pero en la definición, en ningún momento se tienen en cuenta las circunstancias económicas, culturales, sociales y familiares de la persona, ni se tiene en cuenta si ha sufrido algún tipo de abuso sexual, o si ha perdido algún familiar, si tiene electricidad para calentar el desayuno o ducharse.
Lo más perverso es que si una activista psiquiatrizada pone en cuestión los diagnósticos, la imposición del tratamiento y demás violencias, se verá catalogada también con este trastorno. Por supuesto, los deseos de venganza hacia la psiquiatría se darán, en ese caso, más de dos veces en seis meses.
Otro ejemplo: lo que la psiquiatría denomina trastorno explosivo intermitente, en realidad consiste en ser una furibunda de toda la vida. Quizá tienes tanta rabia porque cada vez es más difícil sobrevivir y estás más frustrada, o quizá esa rabia en realidad refleja la tristeza que tienes. Es posible que detrás de la rabia se esconda tristeza; por supuesto, los psiquiatras dirían que el trastorno explosivo intermitente esconde una depresión endógena.
Así se entiende que, si bien para la sociedad la palabra psiquiatra significa “médico respetable”, incluso “héroe”, para nosotras signifique “torturador”, una persona responsable de que nos aten a la cama, de que nos ingresen forzosamente, de condenarnos a una cronicidad de la que no tienen pruebas. Miembros eminentes de un sistema de salud mental en el que se vulneran los derechos humanos, los derechos constitucionales y los derechos fundamentales europeos.
Los eufemismos no cambian los hechos por mucho que se quiera. Precisamente, un psiquiatra nos escribió indicando que por favor dijésemos “contenciones mecánicas” porque usar “atar a la cama” era muy peyorativo.
Existen muchas palabras con las que nos definen: loca, demente, trastornada, perturbada, desequilibrada, alienada, tocada, lunática, vesánica, insensata, maniática, esquizofrénica, ida, imprudente y mi favorita: estar como las maracas de Machín. Para la sociedad, nosotras somos enfermas mentales peligrosas a las que hay que controlar, medicar, contener y curar.
Pero no queremos que otros nos nombren, queremos construir nuestra propia identidad; ya nos han clasificado y categorizado demasiado.
Nosotras nos decimos locas orgullosas, supervivientes de la psiquiatría, personas a las que han psiquiatrizado, víctimas de un sistema de salud mental, escuchadoras de voces, personas con experiencias psíquicas e inusuales, luchadoras, furibundas, sobrevivientes.
Como nuestras compañeras maricas y bolleras, queremos reivindicar el insulto y hacerlo nuestro, reapropiarnos de la palabra loca que resignificamos: una palabra con la que nos han intentado deslegitimizar toda la vida, la hacemos nuestra y le damos el valor que queremos que tenga.
Queremos construir y crear nuestro propio lenguaje, como la artista Lola Perla que habla de disidencia síkica para describir lo que ha sido una gran habilidad para fugarse de mundos hostiles y de toda la violencia experimentada. También utiliza el término migraciones síkicas y migrantes síkicas y afirma que:
“Migramos a un espacio territorial-síkico porque ese cuerpo ha sido invadido y desterrado, en mi experiencia la carne humana era una cuerpa con la que no podía identificarme. Aprendemos a crearnos otro espacio, como en cualquier migración, no siempre es un territorio que nos reciba como lo necesitamos, a veces no se sabe lo que se necesita.”
Los psiquiatras, en cambio, siempre saben lo que necesitamos.
Además de la violencia que se ejerce con el lenguaje, tenemos otras violencias. Con la psiquiatrización perdemos nuestra humanidad y ganamos la enfermedad. Porque la diferencia entre “loca” y “enferma”, “enfermedad” y “malestar” es solo la violenta imposición de un modelo biomédico que necesita patologizar todo lo que pueda para poder prescribir y vender medicación para seguir funcionando.
Cuando hablamos de Orgullo Loco hablamos de la resistencia a esa violencia persistente, sobre todo del Orgullo de haber sobrevivido a lo mucho que hemos tenido que pasar. Sobrevivir, primero, a enloquecer y segundo, a que nos castigaran y nos enfermaran por ello.
Ya lo decía la militante feminista Kate Millet en su Viaje al Manicomio:
“Que no se prohíba, que no se castigue, que nadie tenga miedo. ¿Y qué si nos volvemos locos? Nos recuperaríamos si no nos persiguieran, exiliaran, aislaran o recluyeran. En inglés se habla de going mad como quien va a un lugar, en la medida en que éste existe, la poca locura que existe, la que no ha sido simplemente fabricada a partir de otras cosas: controles sociales, desavenencias familiares, disputas entre amantes, intereses y ventajas profesionales, la aspiración por parte del Estado de controlar la vida privada.”
Cuando has sido psiquiatrizada y por lo tanto te han categorizado como enferma mental, da miedo ver una exposición como la de Tosquelles. Verte reflejada duele. Duele ver la violencia en lo que nos hacían, pero más duele saber que nos lo siguen haciendo a nosotras, las ya psiquiatrizadas; y que lo harán, si esto no cambia, a las que lo serán en el futuro. Porque cualquier persona es vulnerable a ser psiquiatrizada.
Verte reflejada en esas personas y pensar qué hubiera sido de mí si me hubiesen institucionalizado durante años. Podría haber sucedido, porque todavía existen centros de larga estancia donde te internan de por vida. En mi primer ingreso, te amenazaban: “si no te portas bien acabarás en Ciempozuelos”. En mi experiencia, si no eres o actúas como lo que se considera “normal”, serás castigada.
También observo que la exposición no toma partido. Parece quedarse en un limbo entre esas prácticas revolucionarias y un presente que no se contempla en ningún momento, invisibilizando las violencias actuales del sistema de salud mental al no nombrarlas, al no cuestionar la psiquiatría.
Me gustaría preguntar a las personas que salen de ver la exposición si saben que hoy en día se ata a las personas a la cama, por cuestiones como no querer tomarse la medicación; que se practican electroshocks, o que si saben que existen mini residencias reguladas, donde podrás tener cineclub y arteterapia, pero que se asemejan a internados, porque te han enfermado hasta un punto en el que es imposible que vivas en otro sitio.
Al ver las obras de art brut de esta exposición, me pregunto por las que no tienen autoría y por la absoluta imposibilidad de poder averiguar quién realizó esas obras, una persona sin voz, sin personalidad, sin reconocimiento.
Arte y locura, “arte como terapia”, es una de las constantes en las plantas de salud mental, los centros de día y demás recursos que han asimilado las prácticas de arteterapia. Pero, una vez más, la arteterapia es otra forma de tutela profesional, en vez de con pastillas, con plastilina, ceras y lápices de colores. Los terapeutas o artistas que la ejercen tienen una posición sistémica superior. Supuestamente te están curando o aplacando tu dolor cuando en realidad te infantilizan con una práctica domesticadora.
La mayoría de las personas psiquiatrizadas odiamos hacer arteterapia, que muchas veces no es más que dibujar un montón de mandalas o hacer unas pulseras con imperdibles. Mi madre todavía las guarda, supongo que por si se revaloriza el art brut. Nunca se sabe.
En mi experiencia personal y en la de mis compañeras, la psiquiatría enferma, la psiquiatría daña, la psiquiatría violenta. Una institución que ejerce esa violencia debería abolirse, debería desaparecer, no se puede curar. No creo que tenga cabida hablar de reformarla. La violencia de la psiquiatría es violencia institucional, no se puede curar una institución que se basa en ejercer violencia.
Yo creo que si no existiese la psiquiatría a la gente no le daría tanto miedo enloquecer.
¿Qué hacemos para luchar para terminar con la violencia psiquiátrica?
He estado en varios colectivos de salud mental, ahora pertenezco a Orgullo Loco Madrid que lleva organizando la manifestación del Día del Orgullo Loco en Madrid desde 2018 y cuya última actividad ha sido celebrar la Primera Escuelita Loca. El Orgullo Loco nació en Toronto en 1993 y hoy es un movimiento internacional.
Es un movimiento que reivindica un nuevo paradigma en el campo de la salud mental donde no se patologice ni se castigue la locura. Igualmente reivindica el cese de toda violencia psiquiátrica, así́ como el final de un modelo biomédico que patologiza las consecuencias y malestares de las condiciones de vida producto de un sistema capitalista.
La lucha del movimiento loco es también la lucha de todas las personas que son más proclives a ser víctimas de la psiquiatrización, ya seamos mujeres, personas queer y/o racializadas, puesto que es un instrumento para anular todo lo que se salga de la norma, todo lo que el sistema quiere excluir. También tiene mucho que ver con la clase social, porque como decía Basaglia: “Al manicomio va la gente que no tiene voz, la palabra; es decir, los pobres, los desheredados.” La psiquiatrización es, pues, una herramienta del capitalismo, del patriarcado y del colonialismo, que sirve no sólo para deshumanizar y controlar, sino también para dominar, anestesiar, silenciar patologizando y psiquiatrizando y generando beneficios tanto para las farmacéuticas, como para los recursos de salud mental.
Retomando para terminar uno de los paneles de la exposición:
“Tosquelles resumió su propia experiencia con la frase de Lautréamont extraída de Los Cantos de Maldoror, una fórmula que los surrealistas hicieron célebre para hablar de las nuevas formas de creación y de belleza azarosa: ‘Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser con un paraguas sobre una mesa de disección’. Pero, cuando Tosquelles evocaba la vanguardia psiquiátrica catalana, modificaba el sentido de la frase para darle una nueva materialidad. A su juicio lo que había hecho en Cataluña entre los años diez y treinta era ‘llegar a situar una máquina de coser en un campo de trigo’. Con esta expresión conservaba la memoria de las tentativas de la Mancomunidad y la República para organizar los cuidados terapéuticos en estrecha relación con los municipios, con el campo y el trabajo manual.”
Por mi parte, quiero un mundo en el que ninguna persona pueda llamar “enferma mental” a otra; en el que no se condene a nadie a la enfermedad, por pensar, comportarse o por tener una conducta diferente.
Un mundo en el que no se patologice ni se psiquiatrice al otro.
Un mundo en el que no sea necesaria una máquina de coser en un campo de trigo.
Referencias:
· Basaglia, Franco (2013). La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio. Franco Topia Editorial.
· Carroll, Lewis (2018). Alicia a través del espejo. Alberich.
· Lola Perla (2022). Migraciones síkicas. Cooperativa editorial La flor de la palabra.
· Millet, Kate (2022). Viaje al manicomio. Seix barral.