Los presagios son indicios o señales que, mediante la adivinación o la intuición, anuncian sucesos futuros. Previsiones encarnadas de acontecimientos por-venir, los presagios son avisos traídos mediante sensibilidades, cuerpos, emocionalidades y/o fenómenos sobrenaturales que en su encuentro con el ser humano anuncian algún evento. En ocasiones, los presagios son expresión política del ejercicio de la magia y los poderes ancestrales en beneficio de la comunidad.
El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón llegaba por primera vez al Abya Yala; territorio que tiempo después sería llamado América. Frente a la historia oficial difundida por colonizadores y mentes colonizadas, registros históricos que recogen la visión de los vencidos cuestionan la narrativa de las "conquistas" y los "descubrimientos", sustituyéndolas por historias de muerte, despojo, alianzas, luchas y resistencias. Entre otros, Miguel León Portilla recoge los registros de algunos funestos presagios que, incluso décadas antes, anunciaron la llegada de los españoles a suelo mexica. El sexto de ellos corresponde a voces y llantos con los que Cihuacóatl anunció a sus hijos que tenían que irse lejos: Sexto presagio funesto: Muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos: -¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y a veces decía: -Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré? Según los informantes de Sahagún El sexto prodigio y señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros: ¡Oh hijos míos! del todo nos vamos ya a perder..." e otras veces decía: "Oh hijos míos ¿a dónde os podré llevar a esconder....? Según Testimonio de Muñoz Camargo Ya desde el primer presagio, Moctezuma pidió ser informado de todo mal augurio, especialmente aquel en que Cihuacóatl se manifestara ante cualquier persona mediante sueños o visiones. Cihuacóatl es la diosa protectora de quienes dan vida, mujer serpiente, divinidad vociferante y jefa de los guerreros mexicas. Tal como explica Silvia Federici, las deidades femeninas tenían altos rangos en las religiones y organizaciones políticas precolombinas. En tiempos de invasión, fueron también las mujeres quienes defendieron con mayor vehemencia los antiguos modos de existencia y resistieron ante las nuevas formas de poder. Si tradicionalmente las mujeres eran agricultoras, tejedoras, artesanas, alfareras y comerciantes, además de sacerdotisas, herboristas, curanderas y doctoras, con la llegada de los españoles se transformó toda la organización social y económica en favor de los hombres, incluyendo tanto a los colonizadores como a los colonizados.
Es lo que María Lugones ha llamado la “colonialidad de género”: en nombre de la razón moderna, blanca y europea, se niega la humanidad de las mujeres indígenas. De la autoridad que obtenían a través de sus conocimientos y visiones sobre cuerpos y cosmos, las mujeres empezaron a convertirse en objeto de intercambio según la fantasía europea, en donde la misma América era una mujer reclinada, que seducía al extranjero blanco. Pasaría como icono tanto de “la conquista” como la resistencia la historia de La Malinche, intérprete y traductora de Cortés, pero también símbolo de la emancipación femenina en un sistema doblemente patriarcal. Según han documentado Irene Silverblatt y Silvia Federici, lejos de someterse a la autoridad de la iglesia y de los colonizadores, muchas mujeres se mostraron desobedientes ante las nuevas normas. Por ejemplo, se negaron a asistir a misa, a bautizar a sus hijos y a colaborar con los sacerdotes. En los Andes, algunas se suicidaron y mataron a sus hijos varones; probablemente debido al maltrato recibido por parte de parientes masculinos, pero también, como manera de evitar que sus hijos llegasen a las minas. Así mismo, intercambiaban y brindaban consejos a la gente sobre cómo presentarse ante los sacerdotes católicos (qué decir y qué no). En este contexto, y ante las alianzas que algunos líderes locales realizaban con la estructura colonial, muchas mujeres asumieron el cargo de sacerdotisas, lideresas y guardianas en sus comunidades, y realizaron ceremonias dedicadas a deidades que no eran sólo femeninas -algo que se les prohibía antes del proceso de colonización-. Entre otras cosas, las mujeres se convirtieron en uno de los pilares de Taqui Ongoy, movimiento de resistencia contra el culto occidental. Para seguir practicando la religión tradicional, muchas de ellas se escondieron en punas (mesetas propias de la Cordillera de los Andes) que resultaban inaccesibles para los colonizadores. Otras, en el sur de México, organizaron redes clandestinas de adoradores de ídolos -tipo akelarre- y, como sacerdotisas, llegaron a liderar tropas en guerras contra los españoles. Esta resistencia anti-colonial, así como la continuidad de prácticas religiosas tradicionales, fueron parte de lo que se convirtió en posteriores acusaciones de “brujería” estrechamente relacionadas con el “diablo” (conceptos que no existían en Abya Yala). Se exportaban así los símbolos de espiritualidad y la moral eurocéntrica, junto con la persecución y los juicios de brujas donde, tal como ocurría en Europa, muchas mujeres acababan confesando supuestos “crímenes” a base de tortura. Por ejemplo: copulación con el diablo, volar por el aire, realizar amuletos, prescribir remedios a base de hierbas, adoración de piedras, montañas y deidades precolombinas, e incluso, haber hechizado a autoridades y hombres poderosos provocandoles la muerte (ver Tituba, ”la bruja negra de Salem”). A diferencia de lo que ocurría en Europa, donde las acusadas de brujería eran desplazadas de las comunidades, y sus juicios provocaban que los propios vecinos evitaran el contacto con las acusadas; durante la colonización del Abya Yala, las brujas fueron especialmente solicitadas como “comadres”, generando un entrelazamiento entre la resistencia política, las religiones ancestrales y la brujería (Irene Silverblatt). Además, los sistemas médicos de definición de la salud, la enfermedad, sus causas, y sus remedios, partían de una base distinta a la dicotomía occidental “cuerpo-mente”. En mesoamérica, por ejemplo, se trataba de un cuerpo-microcosmos cargado de distintas fuerzas anímicas que eran también reflejo de un universo tripartita, al que podía accederse mediante estados de trance. Entre otras, la pérdida del equilibrio entre la persona y su entorno social o natural era considerada una posible causa de enfermedad. Los remedios podían ir desde rituales en fiestas y ritos chamánicos para infecciones y dolores, hasta los vómitos para las fiebres y purgar otros males (Bernardo Ortiz). El aparente fin de la persecución de brujas en América durante el siglo XVII fue, más bien, una sustitución de ésta por “una perspectiva paternalista que consideraba la idolatría y las prácticas mágicas como ‘debilidades’ de la gente ignorante, que no valía la pena que ‘la gente de razón’ tuviera en cuenta” (Ruth Behar en Silvia Federici). Una perspectiva paternalista que, al diferenciar entre la “gente ignorante” y la “gente de razón”, sería la base de la institucionalización de la medicina occidental y la psiquiatría como parte del discurso colonial moderno. Todavía hoy, el descrédito, la persecución y la patologización y psiquiatrización de mujeres que practican religiones y ritos ancestrales, así como su resistencia anticolonial, continua.