Por Luna Magnolia
Feminista loca – Concepción (Chile)
Este 8 de marzo siempre me resuena que no estamos todas en las marchas y las movilizaciones feministas, pues faltamos las mujeres locas.
Muchas de nosotras vivimos en confinamiento permanente. En nuestro hogar o en hospitales psiquiátricos y me gustaría que eso cambiara para siempre.
Nosotras con nuestros tiempos anti-lineales, oblicuos y modos de relacionarnos, también, somos parte de las luchas por una vida libre de toda violencia patriarcal. ¡No me olvido de que uno de los tentáculos del patriarcado es la psiquiatría!
Tenemos luchas y también rebeldías contra el sistema que nos dice que no somos dóciles y que no podemos habitar y participar en la vida comunitaria.
Recuerdo que cuando estaba en el colegio me costaba mucho levantarme, siempre llegaba a clases tarde, me costaba cumplir con la enorme cantidad de tareas, con los largos horarios y quedarme “tranquilita” en mi puesto.
Para mí era un dolor terrible cumplir con todas las exigencias del sistema educativo, que ahora sé que es injusto, vertical y, en general, nos quita la creatividad para convertirnos en receptáculos de información.
Constantemente me provocaba crisis existenciales tener que ceñirme a un régimen tan estricto en los que los sentires y emociones no eran importantes. El castigo social e institucional que recibía era saber que no sería nadie para esta sociedad, que era un fracaso inminente, que no tenía ninguna habilidad, destreza y que mis sueños serían inalcanzables. No podría tener un buen puntaje PSU porque no me concentraba, no podría ir a la mejor universidad, no podría ser la radiante y racional mujer que se esperó de mí alguna vez.
Me duele recordar que cada día fui asumiendo una postura de víctima cuyo destino era consumir medicamentos psiquiátricos carísimos, ir a terapias infructíferas, estar por meses con crisis internada en el manicomio, no amarme/odiarme y, lo más triste, creer que mis rebeldías estaban equivocadas.
En ese mismo espacio de control, represión y domesticación masiva conocí el feminismo y hoy siendo adulta, puedo reconocer y gritar que el feminismo me salvó la vida, me llenó de alegrías, esperanzas, sentidos para seguir resistiendo, para amar la vida humana y no humana.
El feminismo me dio el coraje para encontrarme y resignificar mis sentires, miedos, inseguridades y hacer sentir las más hermosas crisis para reencantarme con mi interioridad y espiritualidad profunda.
Hoy habito en este territorio que tiene rabia cuando se entera de la cantidad de niñas, niñes y niños que están viviendo lo mismo que viví. Este territorio que nunca se cansará de cuidarse en la crisis subjetiva y que, cada vez que pueda, abrazará a quien lo necesite.
En este 8 de marzo, agradezco la existencia de feministas que luchan con su vida, pensamiento, sentir y acción. Los feminismos se volvieron millones.