En el año 2000 dos autoras lesbianas publican Sidonie Csillag. La “joven homosexual” de Freud. El libro recoge, gracias a las entrevistas que le hicieron, un siglo de vida de Sidi (nombre ficticio). Para muchos psicoanalistas, se trata del único caso en el que Freud se encontró con una mujer declaradamente homosexual, recogido en “Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920). Desde una lectura lesbiana, la vida de esta apasionante mujer representa un siglo de historia de Europa y la complejidad de una biografía atravesada por la clase social, el antisemitismo, el exilio y unos deseos difícilmente clasificables.
El libro comienza a finales de 1917, donde una muchacha de la burguesía adinerada (hija de un judío dedicado a la industria del petróleo), con apenas 17 años, se “exhibe públicamente” por las calles de Viena del brazo de su amada baronesa, Leonie von Puttkamer, una cocote-demimonde (prostituta de lujo). La “inocente” Sidi está fascinada y adora apasionadamente a esa “dama descocada” (Freud dixit), que en ese momento vive con un matrimonio en una suerte de ménage à trois. Decidida y embelesada, la sigue por las calles o la mira fijamente hasta que consigue su atención, y la “corteja cual caballero”. Todo ello ocurre en un momento en que la homosexualidad femenina no es legal en la Viena de comienzos de siglo, si bien sí está presente en la alta sociedad, oculta más o menos en acuerdos matrimoniales heterosexuales.
Para su madre, la “perturbadora” relación de su hija solo es un problema por el qué dirán, por la reputación de la familia; pero cuando el padre se entera (las sorprende en la calle), el encuentro precipita un primer intento de suicidio de Sidonie que se tira a las vías del ferrocarril (por miedo a perder a su amada y al enojo de su padre). Dicho acto es interpretado como “prueba de amor” en su amante, hasta entonces más bien esquiva, y que ahora le dedica una mayor atención. Vuelven los paseos diarios de ambas damas.
“No quisiera encontrarme con usted en calidad de enemigo”
Freud escribe: “Unos seis meses después los padres acudieron al médico y le confiaron la tarea de volver a su hija a la normalidad”. A Freud le viene bien el dinero, aunque no tiene claro que pueda hacer algo. Define “el caso” como desfavorable para el análisis, pues la joven no acude por voluntad propia, sino por la promesa a su padre (al que estima y no quiere preocupar) de que “le echará voluntad al análisis”. Otra dificultad: “la muchacha no era una enferma (…), y la tarea propuesta no consistía en solucionar un conflicto neurótico, sino en transportar una variante de la organización genital sexual a otra”. Y añade en sus notas: “la empresa de mudar a un homosexual declarado en un heterosexual no es mucho más promisoria que a la inversa, sólo que ésta última jamás se intenta, por razones prácticas”.
Para Freud, ese único caso es una oportunidad para adentrarse en el mundo de la homosexualidad femenina (preocupado también por su hija Anna). De las sucesivas sesiones, apunta en sus notas sus disquisiciones sobre si es un caso innato o adquirido, así como los mecanismos psíquicos implicados. La “tozuda” ficción del complejo de Edipo (el deseo de la hija por tener un hijo del padre), la confusión feminista-lesbiana a través del complejo de masculinidad (un rechazo psíquico a la “verdadera castración de las mujeres”), la dinámica opositiva identificación-deseo (si te identificas con un progenitor-sexo tu elección de objeto se dirige hacia el otro) y la dualidad femenino-masculino fuerzan un relato que atraviesa por diversas cabriolas teóricas para que dichos pilares permanezcan incuestionados (Teresa de Lauretis). Su argumento es algo parecido a lo siguiente: un deseo excesivo por el padre, lleva a la hija a querer tener un hijo con él, algo que se ve truncado por el nacimiento de un hermano; esta frustración se traduce en una “caída” del deseo a una identificación con el padre, con el consiguiente deseo por la madre a través de su sustituta.
Por su parte, Sidi relata cómo va con desgana a esas sesiones a media tarde en Berggasse 19. En esa casa repleta de figuritas antiguas y donde tumbada en el diván escucha las “preguntas disparatadas” de ese desagradable doctor de barba blanca. “Echarle voluntad” implica hablar y hablar de su infancia, de su familia y de sus relaciones con sus amigas. Freud le pide que le cuente sus sueños, pero ella no los recuerda. No sabe si las sesiones le resultan “aburridas o repulsivas”. Sea lo que fuere, a los ojos del psicoanalista su actitud no será más que “resistencia” a la que intentará darle un sentido. Para Sidi, lo mejor de las sesiones es que cuando termina con ellas se encuentra con la baronesa en una cafetería cercana para contárselas y desahogarse:
- Bueno, ¡Cuenta de una vez ma chére! (…)
- ¡Imagínate! Ya hace tiempo que me pregunta de todo sobre mis padres y mis hermanos. En la última hora, se obsesionó principalmente con mi hermano menor. Y sabes lo que me dijo hoy: que me hubiera gustado tener un hijo con mi padre, y, como por supuesto la que lo tuvo es mi madre, yo la odio por eso y a mi padre también y de ahí que me aparte por completo de los hombres… ¡Es tan indignante! (…)
- [Provocándola] Debes reconocerlo, Sidi, eres un poco perversa tú también. (…)
- Es un asco, un tipo repugnante. Realmente tiene la imaginación más sucia que pueda tener un hombre. ¡Ese subconsciente!
Cuando Freud le pide que hable de su familia, ella le cuenta de sus padres. Ambos judíos, no se identifican con su religión y deciden bautizar a sus hijos en el catolicismo. Habla de las simpatías hacia su padre que le consiente todo tipo de caprichos (a pesar de la difícil situación bélica), pero también de la dureza e injusticia de su madre hacia ella, frente a la adoración que muestra hacia sus tres hermanos. Su madre, descrita como una mujer caprichosa y presumida, siente competencia hacia otras mujeres, incluida su hija, de ahí su indiferencia hacia ella. La situación desigual de las mujeres a comienzos de siglo y el injusto trato que recibe Sidi de su madre, es interpretado por Freud en los siguientes términos:
El análisis enseñó, además, que la muchacha arrastraba de sus años de infancia un “complejo de masculinidad” muy acentuado. De genio vivo y pendenciero, nada gustosa de que la relegase ese hermano algo mayor, desde aquella inspección de los genitales había desarrollado una potente envidia del pene cuyos retoños impregnaron más y más su pensamiento. En efecto, era una feminista, hallaba injusto que las niñas no gozaran de las mismas libertades que los varones, y se revelaba absolutamente contra la suerte de la mujer.
Sidi lo único que quiere, y para eso “se esmera en el análisis”, es que el profesor le diga por fin a su padre que “ella es inocente”, que no hay nada anormal en su comportamiento y que no lo puede cambiar. Y efectivamente, Freud describe en sus notas “la pureza del amor” de esa joven tímida, inteligente y bien educada, mostrado mediante algún beso en la mano o algún abrazo a la baronesa, con un dato importante: “su castidad genital permanecía incólume”. A Freud le desorientan las dos caras de esa joven: la obediente hacia su padre, pero también la rebelde.
De hecho, para que el doctor no descubra que sigue viendo a la baronesa, y por el aburrimiento que le provocan las sesiones, Sidi decide inventarse los sueños (donde le cuenta sus encuentros con Leonie). Freud identifica pronto la artimaña, pero no lo atribuye a una decisión deliberada de la joven, sino a un mecanismo de defensa por el enfado hacia su padre que lo muestra en su sustituto. Finalmente, Sidi consigue lo que quiere. Freud decide terminar el análisis y, dadas las resistencias de la joven por identificarle con su padre, recomendar a una mujer analista. Al despedirse, Freud resalta su mirada inteligente y concluye su relación con esa muchacha de 19 años: “no quisiera encontrarme en la vida con usted en calidad de enemigo”.
La complejidad de una vida y la violencia del análisis: "No había entendido nada de ella"
Sidonie Csillag no es solo un libro sobre la “joven homosexual de Freud”. Es un libro sobre un siglo de vida de Sidi, que deja de ser “joven” (el libro la sigue hasta sus 99 años, muere en 1999) y deja de ser obviamente “de Freud”. La foto fija y la simpleza del análisis recogido en el manuscrito de Freud contrasta con la complejidad de una vida atravesada por un siglo de historia política, económica y social en Europa: dos guerras mundiales, el periodo de entreguerras, el exilio que supuso el holocausto, el plan Marshall de posguerra y los años 80.
De forma magnífica, las autoras aprovechan los cambiantes deseos de Sidi para hablarnos también de la historia y cultura lesbiana a lo largo del siglo XX. Y lo hacen particularmente cuando siguen la fascinante vida de Leonie Puttkamer. La baronesa, proveniente de la aristocracia alemana venida a menos, recorre los círculos feministas y sufragistas londinenses y luego los bares y saunas lésbicos del Berlín y París de entreguerras. Sobre los deseos y la vida sexual de Leonie recae la norma moral, la médica y la legal. La “mala reputación” por cocote y por sus relaciones con mujeres la persigue como etiqueta en la alta sociedad. Tras separarse sus padres, su padre y su madrastra la intentan incapacitar y la obligan a pasar por un humillante reconocimiento psiquiátrico: "se diagnosticó su buena salud mental, pero también su 'anormalidad' sexual". Más tarde, un despechado marido (como venganza a que Leonie no estaba enamorada de él y no responde a sus exigencias sexuales) intentará acusarla de envenenamiento. Como esta acusación se desvanece, consigue que la detengan y encierren por lesbianismo. "Debe ser interrogada acerca del modo, el momento y también el lugar en que tuvo relaciones sexuales", entre otras, con la actriz Anita Berber.
La vida de Sidi es un relato sobre “la distinción” (que diría Bourdieu), sobre el habitus o estilo de vida de la clase adinerada burguesa de Viena y su vertiente de género: damas que juegan al bridge, tardes de hípica y residencias de verano; una vida de lujo ajena a la situación política, a la guerra y a la escasez de alimentos, con la única preocupación por la estética y la belleza; mujeres de alta sociedad cuyos deseos fuera de la norma son "tolerados" vía privilegios de clase.
Pero también, la vida de Sidi es la historia de la situación de los judíos durante la segunda guerra mundial y el ascenso del fascismo en Europa. Sidi, no solo es una mujer elitista, sino una judía bautizada católica que desprecia a los judíos. El ascenso y triunfo de los nazis supondrá que la interpelen como judía a su pesar y sus efectos inmediatos: tiene que huir de Europa, lo que implica una movilidad no solo geográfica (hacia Cuba vía Siberia), sino social.
Por último, el libro nos describe a una mujer cuyo deseo es complejo, dinámico y escurridizo a las etiquetas (y que desestabilizaría todos los pilares freudianos): cuando piensas en Sidonie como una “joven homosexual” apasionada de la baronesa, torna su deseo hacia los hombres, con uno de los cuales se casa; si piensas su deseo “bisexual”, vuelve a sorprender con su enamoramiento hacia otra mujer, Wjera. Un amor que resiste a la distancia del exilio en Cuba y EEUU, pero no a su otro amor, Petzi, el perro que fuera compañero de gran parte de su vida. Ya en su vejez, es consciente de que su deseo (de nuevo apasionado) hacia otra mujer más joven que ella no se adapta a su edad. En las últimas páginas del libro Sidi es nombrada en retrospectiva como “una clásica asexual”. Y es que su disgusto físico hacia el contacto sexual contrasta con su apasionamiento hacia las mujeres que amó, la pasión de su entrega y su determinación por conseguirlas (lo que Freud denominó “un estilo masculino de amar”).
Es una pena que la traducción al español de Sidonie Csillag tenga un prefacio y un post-facio en el marco de las discusiones psicoanalíticas sobre “el caso”. Porque al comparar este magnífico libro y las notas de Freud en “Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” es inevitable pensar en la violencia del análisis (Olaia Fernández y Pablo Fernández). Terminar de nuevo el libro con posibles interpretaciones de “expertos” es traicionarlo. Por ello, es de agradecer, más si cabe, que las autoras del libro hayan dado voz a Sidi, la otra cara del diván: "llena de rabia y desprecio se acuerda del profesor Freud y aún hoy siente una alegría maligna al pensar que él no había entendido un comino de ella".